El hombre prehistórico, antes que producir arte, tuvo la necesidad de resolver sus problemas de supervivencia, es decir, alimentarse y protegerse de las inclemencias de la naturaleza. Una vez resueltos estos problemas, sintió la necesidad de embellecer el mundo que lo rodea y dejar testimonio de sus experiencias.
En el arte primitivo, la escultura, es la figura humana sólo aparece esporádicamente, generalmente desnuda, con el rostro velado.
La cabeza no existe siquiera en algunos casos; en otros aparece adelantada como la de una animal, o , lo que es más frecuente, es en sí una cabeza de animal.
En el período zoomórfico, la figura del ser humano parecía despreciable en comparación con la belleza y la fuerza de las figuras animales. Es muy dudoso que el cuerpo humano en cuanto tal desempeñara un papel importante en el arte prehistórico.
El rostro, que más tarde había de ser el vehículo supremo de la expresión humana, no existía o era absolutamente carente de expresión.
Las Venus, son esculturas de bulto redondo en miniatura. No están hechas para ser vistas desde uno solo de sus lados, sino desde todos.
A pesar de esto se las divide en dos tipos, el de perfil y el frontal, únicamente para destacar el aspecto más efectivo de su tratamiento plástico. Es evidente que ambos tipos persistieron durante miles de años. Variaron las figuras, pero los tipos se conservaron, hasta extinguirse con el advenimiento del panteón antropomórfico.
La escultura comienza su largo camino en el período auriñaco-perigordiense, datado en el Paleolítico Superior, es decir, hace unos 35.000 años. Esa sería la antigüedad aproximada de las primeras esculturas.
Estas estatuillas pesadas, evocadoras de la madre tierra, dan paso a un tipo magdaleniense de figuras casi descarnadas. Esto ocurre alrededor de 11.000 años atrás En general, se acepta que las Venus pertenecen a la era auriñaco-perigordiense; lo que no está claro es en qué momento de ese dilatado período de tiempo aparecieron.
Las Venus adquirieron ese nombre en una época en que se creyó que representaban figuras eróticas.
Como el de tantos símbolos primtivos, también éste se centra en el deseo de fertilidad, en orden a la procreación y aumento de las especies humana y animal.